“Eres tú, Señor, el que me juzgas. Ningún hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él. Con todo, todavía hay en el hombre algunas cosas que el mismo espíritu del hombre no entiende. Solo tú, Señor, sabes todas sus cosas, porque le has hecho. Algo sé yo de ti que desconozco de mí, aunque también me desprecie en tu presencia y me tenga por tierra y ceniza. Cierto que en esta vida no te vemos cara a cara sino en un espejo y de forma borrosa. Por lo mismo, mientras peregrino lejos de ti, estoy más cerca de mí que de ti. Pero si sé que no hay alteración en ti, mientras que yo no acierto a saber qué tentaciones podré resistir y cuáles no. Mi esperanza estriba en que eres fiel, que no permitirás que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas, antes bien, con la tentación nos darás modo de poderla resistir con éxito. Confesaré, pues, lo que sé de mí. También confesaré lo que no sé de mí. Porque incluso lo que sé de mí, sólo lo sé porqué tú me iluminas. Y lo que desconozco de mí no lo sabré hasta que mis tinieblas se conviertan en luz de mediodía en tu presencia.”